Entradas

Mostrando entradas de octubre 23, 2011

Balneario Bahía Crest. Autor: Jorgelina Etze

Imagen
Cada año, cuatro o cinco de nosotros nos tomábamos unos días. Armábamos las mochilas y salíamos a la aventura. Nada especial ni arriesgado: sólo nos escapábamos de la civilización, buscábamos algún páramo alejado, y allí levantábamos campamento. En una camioneta, una estanciera destruida que teníamos pensado jubilar ese mismo año, nos pusimos en marcha. Como siempre, la Patagonia nos esperaba. De tanto en tanto parábamos para cargar nafta, ir al baño o comprar alguna cosa. En una estación de servicio cercana a Viedma, mientras Pato limpiaba el parabrisas de la camioneta y el Tano le pagaba al pibe que nos había atendido, una mujer se acercó y, ofreciéndonos un mate, nos invitó a la conversación. Nos habló de generalidades, del tiempo. Noté en su mirada un brillo distinto cuando preguntó: —¿Son de la Capital? —Sí. Estamos huyendo del ruido… —Hacen bien. Yo misma me escapé de eso hace ya muchos años. ¿Y para dónde van? —No estamos muy seguros —dije cuando agarraba el mate—. Aún n

LA NOCHE SE INVENTO PARA DORMIR - Un cuento de Jorgelina Etze

Imagen
No lograba pegar un ojo. Llegaba la noche, el cansancio lo vencía. Aprovechaba ese envión de sueño y se acostaba. Se le caían los párpados, entraba en un estado de sopor y, cuando estaba a punto de dormirse… ¡paf!: se despabilaba. Y así transcurrían largas vigilias de deambular por la casa, en silencio, para no despertar a su mujer. A veces salía a vagabundear. La noche encerraba su encanto, pero la habían inventado para dormir, y él, dormir, no podía. Lo extraño era que, al día siguiente, su cuerpo no mostraba ningún signo de haber pasado la noche en vela. Sufría de insomnio, pero no de sus consecuencias. No tenía ojeras, ni andaba como un zombi de aquí para allá. No, señor: él gozaba de un insomnio inofensivo. Sí, lo gozaba. Como no lo complicaba en su vida diurna, no le dio importancia y comenzó a disfrutarlo. Aprovechar esas horas nocturnas se convirtió en su obsesión. ¡Quién necesitaba dormir cuando a esa hora podían hacerse tantas cosas! Lo alegraba pasear, deambular en la

"Las Uvas de Severino Roldan" un cuento de JORGELINA ETZE

Imagen
A Roldán le costó reconocer a quien se acercaba hasta su casa. Lo vio aparecer entre la polvareda rojiza que el viento levantaba en el camino: bajo el tórrido sol y luciendo como un espejismo, con el nudo de la corbata flojo, las mangas de su camisa arremangadas y el saco al hombro, el abogado no se parecía en nada a sí mismo. —¿Cómo le va, Roldán? —dijo al llegar junto a la casa. —Extrañado de verlo por acá. —Roldán gozaba al verlo así, fatigado. Por eso no lo invitó a pasar a la casa. Ni siquiera le ofreció un vaso de agua. —Es que si Mahoma no viene a la montaña… —El hombre se secó el sudor de la frente con la manga de su camisa. —Déjese de estupideces. ¿A qué vino? —La última vez no quedamos en buenos términos, pero usted sigue siendo mi cliente y… —Vaya al grano. —Vine a cuidar sus intereses, y también los míos. Usted es mi mejor cliente, no voy a dejar que cometa semejante error. —El error fue contratarlo a usted. ¡Sugerirme que le regale mi mercadería a los