ASI FUE MI NIÑEZ....
Recuerdos de mi infancia
de Luis Alberto Etze
Cuando yo tenía 8 o 9 años no había Blackberry, ni Wi fi no tuve una play station. No me imaginaba el Facebook. El teléfono fijo era raro, y la televisión, sólo en blanco y negro, era un privilegio: en muy pocas casas tenían uno, la mayoría nos contentábamos con verla en el club en blanco y negro y con un solo canal.
Recuerdo un día en que, creo que tuve gripe, mi mamá se acercó a mi cama, que estaba cubierta de revistas y me contó sorprendida y con una cara mezcla de curiosidad, asombro y novedad, que en el club estaban descargando una caja grande, que contenia un aparato que era como una radio pero se podian ver las imágenes de las personas que hablaban. Parecía estar sorprendida de la extraña “cosa” y me lo comentócon esa sensación de no saber que era “eso”. (Para mi comenzaba a develarse el gran secreto: Estaban las personas que hablaban dentro del aparato que llamábamos radio, y en ese caso como habían entrando en el? )
Con mis amigos hacíamos sociales, no tenía contactos pero tenía a mi pandilla del barrio: Tito (o minquia como le decían muchos), el vasco Unsain , el flaco Delguy, el Vasquito, que cada vez que yo pasaba por la casa me quería pegar, Jorgito, Ramón y Pepe, (hijos de Doña Teresa, que arrastraban un drama que yo no entendía: se les había muerto el papá. En fin: amigos a los que no tuve que "pedirles amistad" porque nos hicimos amigos espontáneamente y perduramos en el tiempo.
Jugábamos a las escondidas y a la mancha venenosa.
Lo mismo pasaba con las bolitas. Yo tenía mi puntera (la que me hacía ganar) y estaba toda picada de tantas "quemas". Con un hoyo y quema -pegarle a la otra- ganabas la partida.
Mi mamá me había hecho una bolsita donde las guardaba junto a un bolón que aun hoy, no sé para que servía.
Todo terminaba con un "cabeza" o un picado en la plaza, donde los pullovers y las camisas hacían de poste del arco...y por fin el llamado, no desde un celular, sino desde la garganta de mi vieja, que me gritaba "Luisitooo ...¡a tomar la leche!"
Y la leche era Toddy, al que disfrutaba con algún amigo y pan untado con Kero, mientras escuchábamos por radio Splendid a Tarzán, después a Batman y Robin y, por último, a Sandokán El Tigre de
Cuando me portaba mal la cosa era sencilla: no había asistente social ni psicólogo, sólo una "chancleta" o un "hoy estas en penitencia", lo mejor que implicaba "prohibido salir a jugar".
Y a la nochecita, sobre todo en esas noches de verano, no chateaba: charlaba con mis amigos contando mil y una cosas que siempre eran "novedades" y no invariablemente eran verdades, y no faltaba quien te contaba una nueva "novedad" con palabras que te ponían los ojos como el dos de oro, y a veces un poco colorado sin saber qué significaban esas palabras; pero simulando, ante ellos, que sí las conocías.
Recuerdo cuánto me costó pronunciar "esa palabra" por primera vez. Después salía sola y la habré usado miles de veces y así como había una que involucraba a la madre, esta que me costó tanto pronunciar por primera vez, se refería a la hermana.
No había gel para limpiarse las manos, sino jabón o jabón de lavar la ropa para limpiarnos la mugre cuando jugábamos con tierra. No había bactericidas en aerosol sino una piedra de alcanfor colgando en una bolsita del cuello.
Cuando jugando a las escondidas o a la mancha, transpirábamos mucho o a la tardecita, y las s corridas nos daban sed, sabíamos que allí, en las sombras, estaba la manguera que mi papá dejaba abierta en el jardín para regar los pensamientos y los corales, la usábamos para fines menos convencionales: Tomar el agua del pico y mojarnos la cabeza empapada.
Cuando llovía o hacía frío el juego era “El Meccano". Nunca pude armar las hermosas figuras que aparecían en el manual. Siempre fui impaciente y desordenado.
Durante el invierno, cuando iba al colegio a la mañana, la cosa era ir pisando la escarcha que hacía "cric cric" al pisarla. Que yo recuerde, en el grado no había calefacción, pero el frío te pegaba y los pullovers te defendían.
Los lunes esperaba que me llegaran dos revistas que amaba: El Billiken y el Patoruzú, y si bien teníamos reloj y conocíamos las horas y el tiempo y los días se calculaban de otras maneras.
Solos en las veredas, o mejor dicho en los cordones, jugábamos carreras de autitos y así disfrutábamos cada minuto del día. Y de pronto, llegaban los signos que yo conocía, los signos que me indicaban que la época más linda del año había llegado al fin:
Pero me fui de tema, estaba contando esas tres cosas que me ponían contento porque se acercaba la época linda del año que para mi era larguísimo...(no se si habrá habido algún cambio pero ahora me parece cortísimo)
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