Balneario Bahía Crest. Autor: Jorgelina Etze
Cada año, cuatro o cinco de nosotros nos tomábamos unos días. Armábamos las mochilas y salíamos a la aventura. Nada especial ni arriesgado: sólo nos escapábamos de la civilización, buscábamos algún páramo alejado, y allí levantábamos campamento. En una camioneta, una estanciera destruida que teníamos pensado jubilar ese mismo año, nos pusimos en marcha. Como siempre, la Patagonia nos esperaba. De tanto en tanto parábamos para cargar nafta, ir al baño o comprar alguna cosa. En una estación de servicio cercana a Viedma, mientras Pato limpiaba el parabrisas de la camioneta y el Tano le pagaba al pibe que nos había atendido, una mujer se acercó y, ofreciéndonos un mate, nos invitó a la conversación. Nos habló de generalidades, del tiempo. Noté en su mirada un brillo distinto cuando preguntó: —¿Son de la Capital? —Sí. Estamos huyendo del ruido… —Hacen bien. Yo misma me escapé de eso hace ya muchos años. ¿Y para dónde van? —No estamos muy seguros —dije cuando agarraba el mate—. Aún n...